VII FESTIVAL
PUEBLOS INDÍGENAS DE LOS LLANOS DE MOXOS.
BENI
VII FESTIVAL
PUEBLOS INDÍGENAS DE LOS LLANOS DE MOXOS.
BENI
VII FESTIVAL
En el año 1986 el VII Festival Nacional Luz Mila Patiño estuvo marcado por el carácter exclusivo de ser un festival destinado a conocer y promocionar la danza y música de una sola región, el territorio beniano de Moxos, cumpliendo con uno de los objetivos principales del festival: cambiar la imagen tradicional de Bolivia que era solamente conocida por la música andina.
El equipo encargado para las investigaciones y organización del Festival recorrió gran parte de la zona durante un mes y tomó contacto con las diferentes organizaciones políticas, civiles y sobre todo con las organizaciones campesinas y consejos indígenas. De esta forma fue posible reunir una amplia documentación y descubrir la riqueza de la música y danza de los llanos de Moxos, región que por entonces era musicalmente desconocida en el país.
Las comunidades y pueblos visitados fueron; Trinidad, San Ignacio de Moxos, Santa Ana de Yacuma, Magdalena, San Joaquín, San Pedro Nuevo, Baures, Iviato y San Javier entre otros.
Esta edición del festival se realizó en la ciudad de Trinidad, donde aprovechando la asistencia de tantas comunidades se realizó un encuentro de caciques de los consejos indígenas del Beni.


Al igual que en los anteriores Festivales, durante los días 29 y 30 de septiembre tuvo lugar un simposio sobre la música en Moxos y su contexto histórico-cultural donde participaron las principales instituciones civiles y culturales del Beni además de destacados investigadores a nivel nacional.
La música de los pueblos indígenas misionales de los llanos de Moxos son conocidos de manera genérica como Moxos desde la colonia. Estos llanos constituyen una sabana inundadiza de aproximadamente 145.000 km2, con manchas de bosque alto y cruzada por serpenteantes ríos en el que destaca el Mamoré.
Habitan esta inmensa llanura diversos pueblos indígenas, con identidades diferenciadas: Cayubaba, Canichana, Moxeño, Itonama, Baures, entre otros, aunque todos poseen rasgos y expresiones culturales compartidas en cuanto a instrumentos musicales, danzas, bailes y ritmos que ponen en evidencia el impacto de la presencia misional jesuita desde el siglo XVII.
Las inundaciones anuales provocadas por el desbordamiento de los ríos, que se inician en diciembre y se prolongan hasta mayo, rigen la vida de las poblaciones que habitan las llanuras del Beni. Es por eso que los antiguos pueblos indígenas desarrollaron, en tiempos pre-misionales, una compleja red de canales que les permitía movilizarse. Con la reducción misional, los jesuitas modificaron esta forma de vida ligada al agua para concentrarlos en poblaciones de características urbanas. En ese marco es que los Padres, aprovechando el largo período del año en que las poblaciones se hallaban incomunicadas por la inundación, desplegaron su labor evangelizadora mediante la puesta en escena de dramas teatralizados sobre la base de los misterios de la vida de Jesús. Estos eventos, que constituían verdaderas representaciones al aire libre, posibilitaban la participación de todos los indígenas que habitaban el pueblo misional.
Tal sistema, vigente aún en la actualidad, es vivido con devoción por hombres y mujeres de estas antiguas misiones y constituye un verdadero sistema que ordena la vida religiosa, simbólica, cultural, ritual y musical de los pueblos en el Beni.
Todos los templos de las antiguas reducciones tenían sobre la entrada de la iglesia su espacio para un coro, allí se ubicaban los músicos y cantores para apoyar las celebraciones. En el caso de San Ignacio de Moxos se creó una gran escuela indígena de música al lado del templo misional. Los Mojeños tuvieron desde entonces instrumentos notables y desenvolvieron las técnicas melódicas con absoluto dominio. Entre los instrumentos que hasta la actualidad ejecutan, destacan; violines, bajones, clarinetes, cajas, flautas y sancutis. La estructura jerárquica del Coro de Capilla del Cabildo Indigenal está liderada por un “maestros de capilla”, en los años 1984 y 1986, a cargo de Abelino Masapaija en San Ignacio de Moxos y por Francisco Huaji en Trinidad, respectivamente, quienes se encargan de dirigir y enseñar a los nuevos integrantes. Para ser un nuevo componente, debe asistir por varios años al coro y dominar la solfa, finalmente, es consagrado y juramentado por el párroco para toda su vida. Así continúan con este legado de generación en generación.
El ciclo de representaciones teatrales se inicia con la Navidad, cuando se dramatiza el nacimiento de Jesús. Aparecen los danzantes “Angelitos” representando a los ángeles del cielo que anunciaron el nacimiento del Niño Jesús; el “Toro Bayo” (Canichanas), que con su soplo “calentó al Niño”. El 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, se representa la tradición que recuerda el asesinato de niños ordenado por Herodes. En plena Plaza, el Rey, custodiado por soldados y chacareros (agricultores), ordena la “muerte” de todos los niños del pueblo. Cuando éstos han sido asesinados, la gente sigue a Herodes y a su escolta en una procesión por la Plaza, dirigiéndose luego al Cabildo Indigenal, donde los soldados bailan y adoran la imagen del Niño Jesús. Esta danza, denominada “La Caza de Herodes”, se acompaña con un conjunto instrumental compuesto de violín, flauta, sancuti y achopeés. “Los Graciosos” eran también danzantes adoradores del Niño Jesús que salían en esta fiesta. Su música era la misma que la de Herodes.
Salen también “Las Moperitas”, danza femenina ejecutada en columnas de a dos. El 6 de enero, día de Reyes, son dos los misterios que se representan. El primero relativo a la creencia de que los jesuitas siguieron a la estrella de Belén para adorar a Jesús y, el segundo por la tarde, cuando se realiza la presentación de los tres Reyes Magos (San Ignacio de Moxos). En otras zonas aparece “El Barco”, una teatralización de la llegada, en carretón, de los Reyes Magos de tierras lejanas.
Este ciclo continúa en Semana Santa (movible: mayo-junio), cuando se dramatizan varios misterios. Se inicia el domingo de Ramos. Ese día, en San Ignacio, la gente lleva una imagen de Cristo sobre un burro en una procesión por la Plaza. Desde el Miércoles de Ceniza hasta el domingo de Resurrección se vive el drama de la Pasión de Cristo. El miércoles, una imagen de Cristo en la cruz es expuesta para recibir la adoración de los fieles. Por la noche, los Judíos llevan otra imagen de Cristo en procesión, seguidos por los penitentes y acompañados por los cantos del coro de capilla. El jueves Santo, al amanecer, Cristo es crucificado. Por la tarde, cuando muere, todos cantan el “Gloria” y “Santo, Santo”. Las campanas cesan de doblar y el sonido de la matraca acompañará a los dolientes hasta el Domingo de Resurrección. Sábado es la vigilia en el silencio. Domingo de Resurrección amanece con la alegría de las danzas.
Este ciclo, vinculado a la liturgia católica, se cierra con esta última presentación teatral. Para esta fecha, las aguas ya están retirándose y las comunidades comienzan nuevamente a articularse.
Entonces empieza un nuevo período, el de las fiestas patronales. Si durante el anterior ciclo las danzas y los personajes estaban vinculados a los misterios de Cristo, ahora es el mundo profano el que participa. En la “Chope Piesta” (La Gran Fiesta), entran en escena danzas como la de “Los Achus”, “El Sol y la Luna”, “Las Mascaritas”, “Los Versos”, “Juan y Juana Tacora” (gigantes que representan al Jichi, deidad tutelar de la laguna), los animales de la selva como los venados, los toritos y los ovejos, los ichinisiris, que llevan máscaras hechas de tela de corteza (corocho) y una falda de plumas del ala del piyu (ñandú), los pismeos (también cubiertos con plumas de ñandú), los chuncho y los ajucharaqui, entre otros. La selva penetra en el ex pueblo misional. Aparecen también los pusimiras, cuyas máscaras están hechas del nido negro del turiro, los cavitu cusiris (nariz de corteza) y el jucumari u oso negro de monte. En otras zonas como Baures, los disfrazados salen también representado plantas y árboles de la selva.
En el plano ritual, puede considerarse que la fiesta patronal simboliza la articulación, en el pueblo, de los pueblos indígenas con la sociedad mayor -allí se encuentra el templo y todo su complejo de dioses oficiales, la Plaza, la Alcaldía, etc.-. Espacio liminal, durante la “Chope Piesta”, la selva con sus animales salvajes y sus plantas exóticas serán los protagonistas y marcarán su articulación confusa con la sociedad estatal en el espacio misional.
La danza característica de todo el espacio moxeño, presente en todas las fiestas del año, es la de Los Macheteros. Se acompaña con la flauta pífano, en San Ignacio se utilizan el chuyu’i, el cayure y el jerure. La vinculación simbólica con las aves (plumas de paraba en los tocados de los danzantes, hueso del ala del bato del pífano) posiblemente evidencie antiguos ritos antiguos.
Otras danzas acompañada de pífano es la de los Sopiris (gigantes) en Baures. En Magdalena (grupo lingüístico Itonama) es característico el Yorebabaste cantado y bailado en homenaje a la Virgen “Santa María Magdalena”. Otras danzas importantes son la de “Los Toritos” y “Los Venados”. En Exaltación (Cayubabas), una de las ex misiones más alejadas, se realiza un baile de adoración ejecutado por jóvenes y adolescentes conocido como “Los Macheteritos”, acompañado de un pequeño instrumento de percusión y bajo el sonar rítmico de los paichachís.
Si bien muchos de los elementos introducidos por los jesuitas se ha ido aflojando, se sigue manteniendo un rígido acatamiento en la ejecución de los instrumentos musicales, los mismos que pueden ser divididos en dos grupos:
- los instrumentos pertenecientes al Coro de Capilla (violines, bajones, flautas traversas, yuru’i -bajón pequeño-, cajas), que se hallan “juramentados”, “sacramentados”, lo que hace que su uso este restringido a los oficios religiosos y a las procesiones
- los instrumentos “profanos”, que pueden ser usados en cualquier danza y deben ser utilizados fuera del ámbito de la iglesia (flauta travesera, pífano, sancuti, achopeé, entre otros).
En el mismo espacio moxeño existen grupos que no han tenido la influencia colonial-misional, como los Sirionó, perteneciente al grupo lingüístico Tupi-Guaraní.
Fue un grupo dedicado a la caza y la pesca, habiendo sido “integrados” a la vida nacional mediante una labor sistemática de evangelización iniciada en la primera mitad del siglo XX. Este grupo habría migrado desde el Chaco con rumbo Sur-Norte, hasta llegar al Beni, aunque otras hipótesis sugieren una migración del Oeste. Durante el siglo XX, a raíz del “boom” del caucho que ocasionó una masiva presencia de siringueros (sangradores del caucho), fueron perseguidos hasta casi su total extinción. Actualmente el único grupo se halla concentrado en Casarabe, cerca de la vieja misión de Iviato fundada en 1932 por misioneros Pentecostales, a unos 40 kms. de la ciudad de Trinidad (Beni), hacia el oeste.
Los cantos vespertinos acompañaban en muchas ocasiones danzas rituales masculinas. En 1986 aún mantenían un canto-danza ritual considerado propio de los hombres: el “Jito Jito”, en el cual los hombres formaban una ronda, con las manos entrecruzadas por las espaldas.
Actualmente, los Sirionó ya “civilizados” de Casarave y de Iviato, han olvidado gran parte de su antigua cultura musical y han aprendido a tocar la flauta traversa y el sancuti, adoptando los ritmos moxeños como la chovena.