XII FESTIVAL
LA COMUNIDAD AFROBOLIVIANA
YUNGAS DE LA PAZ
XII FESTIVAL
LA COMUNIDAD AFROBOLIVIANA
YUNGAS DE LA PAZ
XII FESTIVAL
Conservando lo mismos principios organizativos, la XII edición del Festival Nacional Luz Mila Patiño en el año 1998 estuvo dedicada a los Yungas del departamento de La Paz, región donde habita una de las entidades socioculturales que más influenció en la cultura artística del país con sus danzas y músicas, hablamos de la cultura Afroboliviana, uno de los grupos étnicos menos conocidos del país.
La organización del Festival fue confiada al equipo del Centro Simón I. Patiño y a representantes del Movimiento Cultural Afroboliviano Saya, apoyados por las comunidades afrobolivianas de la región. A lo largo de más de ocho meses se llevó a cabo en varias comunidades el trabajo de documentación y compilación etnomusicológicas. Se aprovechó la ocasión para agregar sesiones de artes plásticas con niños de las comunidades visitadas , cuyos trabajos fueron presentados en dos números de la revista infantil “Colibrito” editada por el Centro Simón I. Patiño.
El encuentro musical de la cultura Afroboliviana fue realizado en la localidad de Coripata, provincia Nor Yungas del departamento de La Paz los días 10 y 11 de octubre.


Participaron de este evento representantes de las comunidades de Mururata, Tokaña, Chijchipa, Santa Ana, San Joaquín, Coscoma, Cala Cala, Dorado Chico, Chicaloma y Coripata con músicas y bailes ejecutados por los miembros del Movimiento Cultural Afroboliviano Saya y de Yungas que viven en Santa Cruz de la Sierra.
Se dio un paso importante en el proceso de organización de la población Afroboliviana a través de la cultura, el diálogo, la música y la danza. El ritmo, la vivacidad y el dinamismo de este Festival Nacional Luz Mila Patiño merecieron los elogios de la prensa nacional e internacional.
En Bolivia existen aproximadamente 23.000 personas que se identifican como Afrobolivianos.
Las principales comunidades de residencia de la comunidad Afroboliviana son: Tokaña, Mururata, Chijchipa, Coscoma, Cala Cala, Dorado Chico, Chicaloma. También en un menor grado existen en las localidades de Coripata, Irupana y, en La Asunta, todas ellas repartidas en las provincias Nor y Sur Yungas del departamento de La Paz.
Aunque poseen diferencias rítmicas, todas las comunidades afro comparten una misma tradición musical, en cuanto a la danza, el canto, el ritmo y los instrumentos musicales. Las prácticas musicales y dancísticas no siguen ningún calendario vinculado al ciclo agrícola, tal como ocurre en las comunidades Aymara, con las que, sin embargo, comparten el mismo espacio. Estas se vinculan más bien a eventos importantes para el pueblo afroboliviano, como las faenas agrícolas, el matrimonio o a festividades vinculadas a santos, muchos de ellos negros, como San Benito (Tokaña), San Joaquín (Chijchipa), San Martín de Porres (Mururata).
Las prácticas musicales siguen, indudablemente, una tradición africana que pervive hasta la actualidad y que se expresa principalmente a través de la ejecución de tambores y de la carraca (guancha, coancha), del canto y, de la danza.
La ejecución de tambores determina la identidad musical de la comunidad Afroboliviana. De hecho, su presencia está registrada ya en las crónicas coloniales tempranas. Sin duda, frente a la propia heterogeneidad étnica en las colonias americanas, encontrar un modo de comunicarse debió ser la urgencia primordial para la sociedad negra. Este hecho condujo a que desde el siglo XVI, el tambor, una de las primeras recreaciones, fuera un artefacto de comunicación destacado y generador de una identidad acústica frente a las “otras” sonoridades, tanto indígena como hispana.
En el espacio de Charcas, pese al gran control ejercido, es a través de la ejecución de los tambores y de la danza que se mantuvo una jerarquía y sistemas organizacionales ocultos, generando procesos de cohesión social. De hecho, el uso del tambor no fue prohibido, aunque el control ejercido por las autoridades y por los amos esclavistas, no permitió un desarrollo más diversificado. Las fiestas navideñas en la ciudad de La Plata, Sucre, eran el escenario de su presencia acústica.
En Potosí, Villa en la que convergían indios mitayos de diverso origen étnico, negros esclavos y libres, españoles, la tradición negro-africana del uso del tambor fue mantenido y formaba parte de la “mestura” acústica en las principales fiestas siendo incluso incentivado por su exotismo.
El tambor -que se encuentra en tres tamaños: tambor mayor, tambor menor y gangingo-, sigue desempeñando importantes funciones festivas, rituales y sociales. Su uso, es jerarquizado y mantiene un orden interno basado en un sistema de autoridad, que incluye no sólo al conjunto de la saya, sino también a los miembros de la comunidad y que es representado por el ejecutante del tambor mayor.

El canto, vinculado a la danza y a la música percutida, fue otro elemento destacado para la narración y para la construcción de la identidad social negra. Los escasos datos muestran que la esencia narrativa del canto era la transmisión de mensajes. Alejados de sus lugares de origen, es posible que los cantores esclavos evocaran a través del canto, la historia del grupo étnico, recrearan su situación nueva, y contaran eventos que afectaban sus vidas.
En la actualidad, el canto sigue teniendo esta función comunicativa no sólo en lo que respecta a la vida cotidiana, sino en el mismo proceso de recuperación de la memoria histórica.
Si la Saya de la época colonial y republicana (hasta 1952), tuvo temáticas principales vinculadas a la resistencia al sistema político, económico y social, hoy en día enfatiza la necesidad del pueblo negro de reconstruir una identidad social y abrir espacios, en una sociedad, la boliviana, con una fuerte tradición segregacionista.
Las coplas de la cueca negra, son igualmente, una suerte de comentarios cantados sobre la condición de la pareja de casados o sobre eventos que afectan a la familia o la comunidad.
Los cantos de los huayños negros, son por su parte, una especie de recomendación a los jóvenes sobre su nueva unión -ya que se realizan durante los matrimonios- a través de los cuales se les desea suerte.
En el canto de la “semba”, la historia oral cuenta que mientras el Rey Bonifacio bailaba, cantaba dando instrucciones y recomendaciones a su pueblo.
Todas estas referencias, nos hablan de una presencia cultural y musical de lo Afroboliviano, sólida y de gran fortaleza que va de generación en generación.